Dejé de ser una barra brava para convertirme en un ejecutivo




Durante casi 10 años fui conocido como Jonás. Mi nombre de pila ya no importaba. Fue una época dura que la tuve que vivir para darme cuenta de una realidad. Prácticamente toqué fondo, estuve en peligro de vida, los amigos que pensé que tenía eran simplemente fachada, pero haber estado en la entraña de una barra me dejó muchas enseñanzas para saber que ese no era el único camino de vida.


En ese momento fue el refugio que encontré, al cual llegué sin que nadie me obligara.

El equipo no tiene la culpa, el problema es el entorno. Y sí, me arrepiento de haber sido barrista, viví muchas experiencias de vida, pero llegó un momento en el cual me di cuenta de que debía dar un paso y salir del fanatismo, de la postración, y lo hice en el momento indicado.

Durante casi 10 años fui conocido como Jonás. Mi nombre de pila ya no importaba. Fue una época dura que la tuve que vivir para darme cuenta de una realidad. Prácticamente toqué fondo, estuve en peligro de vida, los amigos que pensé que tenía eran simplemente fachada, pero haber estado en la entraña de una barra me dejó muchas enseñanzas para saber que ese no era el único camino de vida.


En ese momento fue el refugio que encontré, al cual llegué sin que nadie me obligara.

El equipo no tiene la culpa, el problema es el entorno. Y sí, me arrepiento de haber sido barrista, viví muchas experiencias de vida, pero llegó un momento en el cual me di cuenta de que debía dar un paso y salir del fanatismo, de la postración, y lo hice en el momento indicado.

Soy Jonathan Alexander Cárdenas Jarro, tengo 32 años y desde muy niño fui al estadio porque me gustaba el fútbol. La primera vez que entré a El Campín ingresé a la tribuna oriental, donde se hacía la barra del ‘Búfalo’. Tenía unos 9 o 10 años. Me gustaba el ambiente de fiesta, los gritos, los saltos, los confetis, las serpentinas, la alegría y el calor que se vivía en las graderías.


Comencé siendo un simple barrista que pagaba por su boleta, vendía dulces (Choco Break) en el colegio para poder ir al estadio o ir a un viaje de visitante; siempre escapado de mis abuelos (padres adoptivos). Cuando llegué a esa tribuna popular, lo hice gracias a un amigo de infancia que era vecino mío y quien convivía con los llamados 'Capos de la Barra' en su casaEn esa época, plena etapa de mi adolescencia, tenía problemas de conducta y autoestima, era un rebelde en casa. Mi primer día en la tribuna norte, fue emocionante, ver el sentimiento con el que se le coreaban canciones al club, me impactaba, me encendía aún más ese sentimiento por el equipo, era un pequeño dentro de los grandes.


Y todo se fue dando. Cerca de donde yo vivía, en el barrio Garcés Navas (noroccidente de Bogotá), llegaron a vivir los que fueron algunos de los capos de la barra de ese entonces, como Camilo Pineda ‘El Perro’ o Juan Manuel Triana ‘Cortinas’ (ambos ya fallecidos), que hacían parte de la cúpula de Comando Azules N. 13. Recuerdo que varios de ellos le pedían permiso a mi abuela, con quien me crié, para que me dejara ir al estadio con ellos. “Tranquila doña, nosotros se lo traemos ir.


Mi primera vez
Al primer partido que fui con la barra fue en 1998, no era un emocionante clásico, pero jugaba Millonarios y ya había pasión. Era una locura. Como tenía menos de 14 años yo podía ingresar al estadio sin que me requisara la policía y ahí comenzaron mis  primeras tareas por cumplir, ingresar elementos.
Ya adentro, la tribuna de oriental, estallaba de alegría. Había gente de todas las clases y estratos. Los capos se adueñaban de las camisetas de otros hinchas y me las daban a mí para que las guardara, y así, de a poco, me fui ganando la confianza de ellos, era la mascota de quienes en ese momento eran mis héroes.


Luego de cumplir con mis obligaciones fui felicitado y premiado por esos capos, eso subió mi ego y me llené de seguridad, de paso, me llevó a convertirme en un adolescente violento, sentí que lo que hacía era bueno. Yo era un orgullo del grupo y debía seguir cumpliendo para mantenerme entre los fuertes y valientes.

Fueron muchas tardes y noches de fútbol, de tribunas atiborradas en las cuales veía cómo a la par de los partidos, los barristas, desde los vagos hasta los oficinistas y profesionales, como abogados, médicos o ingenieros, se consumían en un mar de vicio y excesos.


Luego de terminar el colegio me fui, en 2003, a prestar el servicio militar a la Fuerza Aérea, en la base de Madrid (Cundinamarca). Tenía la ambición y la seguridad de hacer carrera allí, pero como no pude cumplir ese sueño me decepcioné y comencé a seguir en la barra, pero ya me había convertido en un consumidor social de droga. Me bebía todo lo que me ofrecían, hasta el agua del florero, como se dice.



Tras los partidos, salíamos a ‘patrullar’, es decir, a recorrer la ciudad. Esa era la denominada maldición del Comando. Recorríamos Galerías, Chapinero, el centro y levantábamos a cualquiera, al de la camiseta roja, al que llevaba la verde, al indigente, al travesti, al afro, al que se nos pasara por el frente. Buscábamos problemas y nos nos importaba, nos encantaba, éramos unidos.


La división en la barra comenzó cuando ya se habló de traer recursos, de dinero. ¿Cómo se conseguía el dinero? Eso no importaba a la hora de recibirlo. Era para organizar los viajes a otras ciudades. Pero la violencia era permanente, a mí siempre me gustó la pelea Y defender los trapos era cuestión de honor y de prestigio, el que lo perdiera no podía regresar a la barra, era degradado y perseguido, se quedaba sin dignidad para estar allí.

Peleábamos con objetos contundentes, pero no con puñal o chuzo. Hasta que luego me di cuenta que eso no era lo que quería. La idea era ser parte de una barra organizada, por eso me salí de los Comandos para llegar a ‘Blue Rain’; todavía prestaba mi servicio en la FAC. Incluso estando allí, me grabaron en el estadio durante una riña de barras y eso me costó un castigo y muchos problemas. 


Queríamos un tema más organizado, con más estructura, con actas firmadas de las reuniones y con la idea de financiar para conseguir recursos. Allí llegaron políticos para ganar poder y votos, nos regalaban viajes, instrumentos, en fin, claro, esas ayudas no era gratis. Siempre se ha manejado así. Los votos asegurados, más que nuestro bienestar, era el objetivo de esos dirigentes barriales.
Seguí siendo un consumidor social de alcohol, ‘perico’, marihuana, era peleador y violento, eso pasó entre 2006 y 2009, hasta que me di cuenta que tenía que parar, de lo contrario, no sabría qué iba a pasarme, tenía muchos problemas. En el trabajo era el ejecutivo normal, pero en la barra me transformaba, pero digo y reitero, la culpa no es el equipo, es el entorno el que atrapa principalmente a los débiles de pensamiento.

La primera señal

La primera señal para tomar la decisión de salirme se dio el 26 de junio de 2009, durante el Congreso Mundial de Avivamiento, en la iglesia del sector de Chapinero. Llegué allí por pura curiosidad y había mucha gente, incluso me quise salir de la fila de ingreso. Pero finalmente entré. Iba vestido con camiseta y chaqueta de Millonarios y una gorra de River Plate. Unos pastores argentinos me preguntaron que si era hincha del equipo de la banda roja, y yo les respondí que no, que era barrista pero del azul.


El cuento es que me ubicaron en un lugar especial, con las personalidades, al lado del coro. Luego llegó el momento de los desmayos y las convulsiones, y después dijeron que se pusieran de pie los que por primera vez asistían al culto. Y de todo ese grupo yo fui el único. Todos se arrodillaron y en ese momento sentí esa energía, un calor corporal, sudé frío y ya en el sermón sentí que todo lo que decían los pastores eran palabras dirigidas hacia mí. Quizá fue coincidencia, pero me sentí el centro de todas esas plegarias.



Eso me gustó, sin embargo, todavía no era el momento. Esa noche soñé con los pastores que me decían que no debía seguir siendo barrista, que no debía seguir allí porque tenía destinado una mejor vida, otro mejor destino, pero no hice caso y al día siguiente era un partido de Millonarios y Nacional, el juego a muerte, el duelo de amores y odios, y claro, no me lo perdí.

Para mí fue un partido de excesos. Probé los ácidos y me envalentoné. Luego tuvimos una pelea dura entre muchos, con fractura, un dedo roto, reventado, ido. Fui totalmente irresponsable. Mentí en la casa y en el trabajo para no justificar el error, dije que me habían atracado, pero lo cierto es que fue una riña entre barras.
Toqué fondo, hasta que en medio del desespero luego de ir a trabajar enyesado y todo, entré a la iglesia de San Diego, en el centro internacional de Bogotá. Allí me desahogué, me arrodillé, pedí perdón y luego le conté todo eso a mi abuela, con quien me crié. Sentí tranquilidad y me di cuenta que era el comienzo de una nueva vida. Ese fue el punto de quiebre para salirme de la barra.

El fútbol por televisión

Volví a ver a Millos el 16 de diciembre de 2012, tres años después. Ya no me hace falta ir al estadio, veo los partidos por televisión, hago parte de una barra de amigos que se llama los Tomandos FC nos tomamos unas cervezas, disfrutamos, la gozamos y ya.


Después de salirme de la barra, algunos miembros me trataron de traidor, hablaban mal de mí, hasta me amenazaron y me intentaron extorsionar. Como trabajaba en un banco me pintaron negocios turbios, pero no, atrás había quedado Jonás, una herida en la pierna tras un chuzón con un destornillador, una costilla rota, una cicatriz en el pómulo izquierdo y el tabique roto, todas ellas heridas de guerra que ya sanaron por fortuna.

Claro que siempre quedan heridas en el alma, muchos amigos que ya no están, unas mamás sin sus hijos, unos hijos sin papás... El fútbol es una mezcla de alegrías y tristezas en la cancha, pero también deja llagas que nunca curan, heridas y penas que quedan de por vida.

Tengo muy buenos amigos aún en las barras, otros no son de las barras bravas, y algunos ya no están. Los recuerdos buenos son los que conservo en mi mente y con sentimiento, los

Estudie comercio exterior y negocios fiduciarios en el Sena y terminé economía en la Universidad Los Libertadores. Ahora mi deseo es estudiar derecho pero lo tengo en espera mientras soluciono unos problemas económicos de los cuales hasta ahora estamos saliendo con mi esposa Karen Bonilla.
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