“La vulgaridad es una forma de la
ignorancia, bastante parecida a la
grosería”
Escribo este texto indignado. Y más que eso, avergonzado con
las mujeres de Pitalito.
No hay derecho a semejante atropello. La entrega del
Premio Mujeres del Año, una idea plausible para exaltar a las mujeres
laboyanas, se vio empañada con el relleno de una presentación ramplona, vulgar
e irrespetuosa de un espectáculo que, hasta en su nombre, es ya una bofetada.
Los caballeros las
prefieren brutas,
de Isabela Santo Domingo es un monumento
al mal gusto, a la ramplonería. El título, tomado de una de las películas
icónicas de Marilyn Monroe, Los
caballeros las prefieren rubias, es una apología al machismo y un irrespeto
a la dignidad de cualquier mujer.
La idea barata de que el humor siempre que tenga vulgaridad
vende, es un argumento absurdo de quienes tienen en su poder la contratación de
este tipo de eventos. La vulgaridad es sinónimo de ordinariez, de trivialidad,
de grosería ¿con ese criterio se le rindió tributo a nuestras mujeres? No hay
derecho a tanta descortesía.
Y aquí el centro de la discusión que debe darse después de
este bochornoso incidente no es con la “actriz”;
aquí las preguntas son ¿quién sugirió traerla y quién aprobó traerla para un
evento de exaltación a la mujer? Porque el espectáculo de la señora es perfecto
como show de medianoche en una cantina, pero no para un evento oficial,
enmarcado en una celebración de la ciudad y como homenaje a las mujeres más
representativas de ella.
Si la idea era terminar la ceremonia de entrega de las
exaltaciones con una hora de humor ¿por qué no se pensó con inteligencia? Un
espectáculo de figuras como Luz Amparo Álvarez, Alejandra Montoya o Tola y
Maruja, por citar solo esos ejemplos, tiene la finura del humor inteligente,
que exalta, no que degrada al ser humano. Y menos a la mujer.
En el evento del sábado en la Cámara de Comercio estaban las
mujeres más representativas de la ciudad: campesinas, cafeteras, educadoras,
artistas, empresarias, madres de familia. Y todas acompañadas de sus familias,
de sus hijos o sus esposos. Con todos los que he hablado me han dicho lo mismo:
“Yo no sé por qué no nos salimos”. Sí,
salirse hubiera sido una manera de protestar, de exigir respeto; pero les pudo
más la educación. Les pudo más la decencia.