“Iniciamos con robótica enfocado al sector militar, para
detectar minas que tuvieran metralla o metal. Ganamos un concurso con el robot
antiminas terrestre. Luego hicimos un prototipo terrestre y uno aéreo”, contó
el inventor.
“Después pasamos a ver que lo más difícil del proceso era
detectar las minas. Entonces empezamos a trabajar en un prototipo de detección.
Realizamos una nariz electrónica, que es capaz de detectar el componente base
que es el explosivo, entonces tenemos una patente de esta nariz”, agregó.
De niño, en Urabá, Rafael jugaba en los andenes, soñando,
jugando y creando. Con esos recuerdos, la motivación y el empeño que lo
caracterizan trabaja para que los niños de esa región, por décadas golpeada por
la violencia, sigan soñando gracias a la escuela robótica que ha llevado a los
barrios y en la que les enseña que no se aprende por un momento sino para toda
la vida.
“Regresamos a nuestra zona en el Urabá, tenemos una escuela
de robótica donde los niños de 5 a 16 años están aprendiendo a ensamblar,
diseñar y fabricar robots, en una labor social en nuestra zona con drones de
fumigación para el sector platanero. Nuestra labor social es para esta
problemática grande y nuestra labor apoya al pequeño productor que lo
necesita”, añadió el creador del prototipo.
El robot de Rafael lleva 7 años en desarrollo. Junto a Ferney
López, su compañero de investigación, han pasado de prototipos terrestres al
modelo aéreo, en el que se le instala a un dron la nariz electrónica que
localiza, analiza los químicos y luego envía una contracarga que detona la mina
controladamente sin poner en riesgo vidas humanas.
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Tomado de : Redacción
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