Un vendaval de gasolina sobre el mismo fuego de las protestas
que lo tienen cercado por la ausencia absoluta de su racionalidad en el poder y
por su negligencia.
Sigue sin aceptar que el Paro Nacional tiene exigencias
humanitarias y sociales que superan la obviedad y abarcan todos los estratos y
los sectores. Niega una perogrullada de décadas, niega el exterminio de los
líderes sociales al evitar nombrarlos en su alocución presidencial de retórica
insultante y evasivas, niega el asfixiamiento económico de los estratos
tradicionales, niega su omisión y burla a la consulta anticorrupción que le
exigía posiciones prioritarias y una urgencia política, niega el colapso
laboral de sus ministros, niega que existe una sombra furibunda dominando su
lenguaje y sus firmas, sus alocuciones y sus sueños. Pero mira ante las cámaras
simulando carácter, y dice que no se puede negociar con exigencias impuestas y
que todo está dirigido por pirómanos que lo quieren tumbar por capricho y por
el odio de los perdedores.
Mientras su patio y su cocina se incendian con embajadores
que lo dejan en evidencia y se autodestruyen sus diplomáticos en una algarabía
de lagartos que llegaron allí por las promesas de viejas coaliciones y pactos
heridos, pretende seguir sosteniendo que el poder de su franquicia está en
orden, y que todo el que cuestione su legitimidad pertenece a la turba de
vándalos y fantasmas que azotaron a Cali y Bogotá en las noches aunque nadie
los vio, y si los vieron siguieron al fondo de la sombra entre el rumor y el
humo de un pánico inducido que tampoco nadie ha investigado a profundidad y que
curiosamente opacó la noticia y la trascendencia de los argumentos de todas las
protestas.
Resulta extraño que los audios del terror circularan por
todos los conjuntos residenciales de las dos ciudades avisando una invasión
masiva que ya estaba a las puertas, y que las horas críticas estaban por venir
entre las 2 y las 5 am, y que todos venían de sectores marginados para vengar
su exclusión. Parece una fábula nostálgica por la ausencia de un prócer
salvador entre la anarquía. Parece un libreto que justifica el pensamiento
paramilitar contra un nuevo enemigo, y todos lo hicieron entre el miedo
afianzando la racionalidad de la defensa de su familia.
El día después del pánico todo el rumor era ajeno a las
marchas que exigieron un viraje político y una mínima decencia del poder con
las urgencias sociales. La doctrina del shock tenía sus réditos en titulares de
prensa superiores y conversaciones en todos los pasillos sobre las armas de sus
vecinos y el terror que nunca pudo ver los enemigos de la noche. Pero las
marchas continuaron después y a Dilan lo mataron sin que exista tampoco a la
vista el resultado de esa investigación que afectará la permanencia del cuerpo
que aturde disidentes. La incertidumbre ahora es superior, y la mesa no parece
llegar a un consenso próximo.
La negación de todo lo que existe es la única palabra a
discreción del presidente que no sabe muy bien las razones de su cargo y
desconoce la dimensión y la trascendencia del Estado. Esa palabra sigue
desapareciendo entre sus gestos de perdición y estúpida soberbia.
Columna de opinión por: Juan David Ochoa.