Tomas Uribe Moreno, hijo del expresidente Álvaro Uribe, se perfila como uno de los candidatos de cara a las presidenciales representando al uribismo. Que su nombre esté en el sonajero evidencia la crisis de representatividad y de liderazgo que hoy aparentemente enfrenta el Centro Democrático.
Mientras el
país se encuentra atravesando por una hecatombe por los estragos generados por
el huracán Iota, ve cómo aumenta la cifra de damnificados por las inundaciones
y los deslizamientos a raíz del invierno, y enfrenta, entre otros temas, la
crisis económica, las masacres contra los líderes sociales, el segundo pico de
la pandemia, el aumento del feminicidio y, más recientemente, un paro de
taxistas; además, una de las revistas referentes del país decidió publicar en
su más reciente portada, quizá desconociendo la coyuntura nacional, la foto de
Tomás Uribe Moreno, despertando a todos los colombianos con una aparente
noticia que más parecía una tragicomedia o un chiste de humor negro político.
Allí se
insinuaba muy disimuladamente -para buen entendedor pocas palabras- que el
primogénito del expresidente Álvaro Uribe Vélez sería posiblemente el ungido
para ser el paladín de la versión 3.0 del Centro Democrático a las próximas
elecciones presidenciales de 2022. Si bien la insinuante portada no sorprendió a
los partidarios, fervientes y cándidos militantes de este partido político, sí
llamó la atención la posición de esta colectividad que, al parecer, no vería
para nada con malos ojos que el hijo mayor de su principal caudillo sea el
elegido para llevar las banderas del uribismo en la próxima contienda
electoral.
¿Qué motivos
tendría el Centro Democrático para querer nominar, por lo menos entre líneas,
al descendiente mayor de su actual líder? Inicialmente, es evidente y bastante
desafortunado que la política, entendida como la acción de administrar
recursos, o sea, el noble arte de gobernar, y cuya máxima expresión se
materializa a través de la figura de la Presidencia de la República de
Colombia, hoy por hoy se haya consolidado como el escenario perfecto y connatural
destinado para la prolongación de la existencia de quienes en algún momento
accedieron a dicho cargo de elección popular.
En la
historia política nacional, contadas excepciones, no han hecho gala de su
apellido los mejor conocidos como “delfines”, especialmente cuando han tenido
que incursionar en las lides políticas; sin embargo, es consabido el efecto de
embelesamiento causado hacia el poder que se genera y hereda en los hijos,
nietos, bisnietos, tataranietos y choznos de todos los expresidentes del país,
pues cada uno de ellos, de manera directa o indirecta, se han visto
beneficiados y gozan de una cantidad de prebendas por el simple hecho de ser
sus descendientes.
Ante dicha
“velada encubierta”, pero efectiva declaración, se evidencia que el delfinismo
sigue imperando en un país donde se le da más valor al apellido que al mérito.
Resulta insólito e inverosímil de creer que, entre todos los miembros y
representantes políticos que profesan amor incondicional e irrestricto hacia el
partido uribista, o mejor, hacia su jefe, no hayan podido encontrar a un solo
representante digno de llevar las banderas de la colectividad. ¿Cómo se estarán
sintiendo todos esos militantes apasionados que se encuentran a lo largo y
ancho de la geografía nacional?
Es innegable
que muchos de ellos cuentan con formación académica, experiencia, bagaje
político, años y años de ferviente devoción a su guía y líder, un grande caudal
electoral, y están ávidos esperando una oportunidad de ascenso en las filas del
partido, y en donde ante tal declaración todas sus aspiraciones quedaron
reducidas en solamente sueños de una noche de verano.
El no
encontrar válido un solo candidato que sea digno de representarlos en las
próximas elecciones presidenciales y tengan que verse “obligados” a tener que
recurrir in extremis a la figura del hijo mayor de su caudillo para encarnar y
tratar de avivar al disminuido uribismo, demostró sin querer queriendo que el
Centro Democrático se encuentra atravesando una crisis de representatividad y
liderazgo muy profunda, pues expuso de manera contundente que, sin importar las
aspiraciones, trayectoria, contactos, capacidades, habilidades o su posición en
el interior del partido, nunca serán tenidos en cuenta para ser
“presidenciables” y solamente es válido como sucesor aquel que lleve la sangre
y el apellido de su fundador.
Fuente: El espectador