Ángela González es una mujer de armas tomar. La primera vez que tuvo que adoptar una decisión radical fue para escapar de Dolores, Tolima, una tierra hermosa bañada en sangre durante el conflicto.
Si no había un
hostigamiento a la Fuerza Pública, había una toma guerrillera o procedían a
hacer sicariato o muertes selectivas de campesinos, comerciantes, funcionarios
públicos, militares y policías, pero lo peor era el reclutamiento de niños por
el frente 25 de las Farc Ep durante cuatro tomas guerrilleras y más de 30
hostigamientos.
De ese
lugar, un día, a las tres de la mañana, Ángela, ahora de 48 años, escapó. “En
ese momento mis hijas estaban muy pequeñas. Yo tenía que salvarlas y por eso me
fui para Bogotá. En el año 2002 dije no más porque estaban pasando unas hojas
escritas en las que nos obligaban a estar encerrados desde las 6 de la tarde y
nos amenazaban con llevarse a los niños”. Se fue, dejando un pueblo destruido y
cargando con cuatro niñas a las que tuvo que sacar una por una y escondidas.
Ya en
Bogotá, una hermana que vivía en el barrio México de Ciudad Bolívar la ayudó
mientras conseguía cierta estabilidad. Trabajó en asaderos y casas de familia
hasta que se pudo independizar, conoció a una nueva pareja y tuvo tres hijos
más. Hoy vive en un apartamento en Bosa con toda su inmensa familia, a la cual,
a pesar de pasar momentos duros, no le ha faltado lo más importante: amor.
Pero la
pandemia trajo consigo una prueba más: la educación virtual. Algo que suena
bien, pero que cuando no se tiene ni un computador ni un buen acceso a internet
puede convertirse en una verdadera pesadilla, y más si se tienen diez niños,
entre hijos y nietos, viviendo juntos, en plena etapa escolar y en diferentes
grados. Y una cosa más: sin trabajo desde el 14 de marzo a causa de la
emergencia en salud por el covid-19.
“Pues un
día, estando en mi casa, dije: ‘Pues me tocó arreglármelas para que estos niños
no me pierdan el año y servirles de profesora. El estudio es lo único que les
puede cambiar el rumbo, y dejarlos salir a la calle no es una opción para mí’,
contó Ángela.
Con un solo
celular y sin internet eficiente, tuvo que gestionar, hijo por hijo, acceso a
tareas. Metiéndose como pudo a los grupos de los profesores, conseguía todos
los paquetes guías para que sus hijos hicieran las tareas.
A pesar de
las dificultades Ángela dice que le alegró haber podido estar cerca de su
familia y cuidarla de la pandemia.
Videos de
YouTube difícilmente le abrían, entrar Google era inalcanzable, y de
explicaciones, muy pocas por parte de los profesores a cargo de sus los grados
en los que estaban sus hijos. “Y yo con un celular que a veces funcionaba y a
veces no. Mis niñas más grandes duraban hasta la 1 de la mañana haciendo
tareas”.
Apoyada por
sus hijos mayores, sacaba adelante las tareas de los más pequeños. Pensaba en
una tarea a la vez para que sus niños no le perdieran el año.
Iba y
fotocopiaba las guías y se les llevaba a los estudiantes para ponerlos a trabajar.
“A los profesores les parece absurdo que una persona les diga que no hay acceso
a internet, solo mandan guías y que uno mande las respuestas y ya, no importa
cómo”.
Y cuando el
único celular de la casa no dio abasto, esta familia se las ingenió para
comprar un computador de segunda mano por 360.000 pesos.
No era el
más veloz, pero por lo menos sirvió un poco mejor. "Y así, como pude,
logré que todos mis chinitos pasaran el año, pero no es una tarea nada fácil”.
Ahora tuvo
que pasar una carta al colegio porque teme que la llegada de una segunda ola
los vuelva a confinar por más tiempo en el 2021. “Ellos necesitan de más
equipos para poder estudiar, pero hasta ahora obtener una ayuda de la
Secretaría de Educación ha sido muy difícil”.
En Colombia,
las cifras de deserción en 2020 ya superan los 100.000 estudiantes.
Afortunadamente,
en esta historia Ángela hizo la diferencia, pero todo podría ser mejor con
ayuda. “Eso sí, poder estar con mis niños fue una bendición”.
Fuente: EL
TIEMPO