Mujeres indígenas de Risaralda sufren brutal práctica de mutilación genital



 “A mí me tocó. Yo tenía eso”, dice Mónica Keragama, una joven indígena de 20 años que hace parte de la comunidad Emberá Katío de Pueblo Rico, Risaralda. Cuando dice “eso”, Mónica, tímidamente, se refiere al clítoris. Ella no lo tiene. Se lo quitaron cuando era una bebé.

La mayoría de personas muestran en su cara un gesto de dolor cuando oyen hablar de mutilación genital femenina, llamada también entre estas comunidades como “cortar el callo” o “curación”. La pregunta inmediata que surge en muchos es: ¿Cuál es la razón para practicar la ablación? A lo que Mónica responde con lo que le han explicado sus ancestros: “Que porque eso crece, que da arrechera; esa es la razón”.

Los hombres indígenas no están dispuestos a casarse con una mujer que no esté mutilada, entonces los casos de edades avanzadas de mutilación son porque el hombre las rechaza

Arrechera hace referencia a la excitación sexual, al disfrute de su cuerpo… algo que para las mujeres emberá está negado, pues los hombres decidieron extirparles el placer para siempre. Aunque parezca increíble, y pese a los esfuerzos de prohibición de esta práctica, las comunidades Emberá Chamí y Emberá Katío todavía practican la mutilación genital femenina.

“Todavía existe. Todavía lo hacen a todas las niñas”, confirma Mónica sobre esta práctica que solo se realiza al sexo femenino. Aunque suele hacerse durante los primeros días luego del nacimiento, Laura Lozano, asesora de género, derechos e interculturalidad del Fondo de Población de Naciones Unidas, señala que se puede hacer también en la adolescencia.

Las mujeres emberás solo tienen permitido usar vestidos, incluso para practicar deportes como el fútbol. Los atuendos suelen ser de colores vivos y llevar bordados.

 

 “Se practica únicamente contra niñas, normalmente cuando nacen. A veces se practica en edades mayores y eso es importante saberlo porque también tiene que ver con los hombres. Aunque la práctica normalmente la hace la matrona o partera, los hombres indígenas no están dispuestos a casarse con una mujer que no esté mutilada, entonces los casos de edades avanzadas de mutilación son porque el hombre las rechaza y las deben mutilar a los 15, 16 o 17 años”, explica Lozano.

¿Es seguro? No. Conlleva riesgos de desangrarse o de sufrir infecciones, pero no son los únicos riesgos. “También tiene unos riesgos psicológicos y vulnera los derechos sexuales y reproductivos”, añade la experta en género, derechos e interculturalidad.

A pesar de que la ablación está prohibida tanto por la autoridad ordinaria como la indígena, tal parece que esto se quedó solo en el papel. “Dicen que la ley suspendió eso, que la autoridad ya no deja, pero la madre lo hace a escondidas”, indica Mónica al respecto.

Debido a que las comunidades emberá que practican la mutilación genital femenina lo hacen veladamente, no existen estadísticas confiables acerca de cuántas niñas resultan afectadas. Pero en aquellas áreas en las que se sabe que ocurre la práctica, hasta dos de cada tres mujeres emberá han sufrido mutilación, de acuerdo con estimaciones al 2012 de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC).

¿De dónde vino esta práctica? ¿Es ancestral? ¿Cultural?

“Hablando con parteras lo que se identificaba es que es una práctica aprendida. Hay que destacar que no hace parte de la ley de origen de los pueblos indígenas de Colombia, y al ser una práctica aprendida es una práctica que podemos transformar”, argumenta Lozano.

Todavía no son la mayoría, pero cada vez más mujeres indígenas, como Mónica, están dispuestas a impedir que esta práctica continúe con las futuras generaciones. Aunque todavía no tiene hijos y no se ha casado –algo anormal en su comunidad, donde las mujeres son entregadas para que se casen desde los 14 años–, tiene claro que, si tiene hijas, no las someterá a la mutilación del clítoris.

La mujer también tiene derecho a tener esa cosa (clítoris), sentir emoción, si Dios no hizo así, nos toca vivir así

 “A mí no me importa eso, yo no quiero que a mi hija la lastimen y eso es lastimar, entonces yo no permitiría eso”, dice Mónica.

Organizaciones como el Fondo de Población de Naciones Unidas ven más viable en este caso llevar a cabo una intervención en el territorio que aplicar el peso de la ley a quienes realizan la ablación contra una niña.

“En nuestra convicción está que lo punitivo no transforma la práctica. Volverlo un delito penal va a hacer que los indígenas se cierren a contarnos que esto está pasando, diferente a si hacemos un abordaje comunitario donde nos preguntemos por qué esto y cómo lo podemos transformar”, señala su representante.

Mónica Keragama, de 20 años, se ha escapado de su casa cuando han intentado casarla. Eso ha ocurrido desde que tenía 13.

Lozano indica que como respuesta a esta práctica, el UNFPA, junto con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y el Consejo Regional Indígena de Risaralda, lanzaron el proyecto Emberá Wera, que significa “Mujer Emberá”. El programa trabaja con mujeres, abuelas, parteras tradicionales y autoridades indígenas para poner fin a la ablación.

Gracias a estos esfuerzos, algunas mujeres ya han empezado a entender (y predicar) que nacen completas y no hay nada que extirpar de sus cuerpos.

“Las mujeres indígenas con las que trabajamos hablan mucho en sus comunidades, resaltando que lo indígena es para dar vida, y como la mutilación si genera un riesgo para la vida pues no es una práctica indígena, y que las mujeres nacen completas, no les sobra nada. Esa es la campaña que ellas llevan al interior de los pueblos”, agrega Lozano.

Palabras como estas ya han calado en jóvenes como Mónica. Ella está segura que su cuerpo, como el de todas, nace perfecto… y completo. “La mujer también tiene derecho a tener esa cosa (clítoris), sentir emoción, si Dios nos hizo así, nos toca vivir así”, sentencia.

Tomado de EL TIEMPO


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