En Pitalito llega hoy a sus cien años de vida don Jesús Meneses Tovar;
pionero de la producción y comercialización de café en el Sur del departamento;
eje y motor de una numerosa y tradicional familia; querido y recordado por los
laboyanos como ejemplo de vida, honestidad y generosidad. Una crónica de su
hijo, el escritor laboyano Gerardo Meneses Claros.
Casi todos los recuerdos que tengo de
mi padre son relacionados con el trabajo, con su empresa, la compra de café, el
patio y los secaderos. Esos son mis recuerdos, pero su vida va más allá. Comenzó
en el campo, en Chillurco siendo apenas un campesino jornalero, además de
músico. Sobre esto hay una anécdota el día que papá se preguntó un tanto
desconsolado por qué varios de sus hijos se habían ido por el lado artístico y
no tenía, por ejemplo, un médico que tanta falta hace en una familia. A lo cual
mi madre le respondió que si era que no se acordaba que él, en su juventud,
había sido el músico de la vereda. Creo que papá no contestó ni volvió a tocar
el tema.
Papá nació el 16 de Octubre de 1920. Ha
vivido la historia de varias generaciones. Y ha visto cambiar y transformarse a
Pitalito en distintas épocas. Él cuenta de cuando no había parque principal y
ese lugar, frente a la iglesia colonial era una plaza de mercado, de los
caminos que se transitaban a pie y a caballo, del Pitalito frío con gente de
ruana o saco de paño, de la violencia de una época que todavía le duele.
Pero también recuerda la llegada de
los primeros médicos y en su mente están los doctores Francisco Artunduaga,
Rafael Pino y Manuel Castro, el terremoto de 1967, La Escuela Normal que se
destruyó, la cárcel al lado de la alcaldía, la odisea para viajar a Neiva
teniendo que pasar Pericongo, las hermanas del Colegio La Presentación, la
capilla y el parquecito de La Valvanera rodeado de casas de bahareque blancas,
altas, espaciosas.
Papá fue el segundo de una familia
tan numerosa como la que él luego formó. Mi abuela, Mamá Carmen, como siempre
le dijimos, fue una mujer tan parecida a mi padre en su forma de pensar, de ser
y de actuar, que mientras vivió y tuvimos la suerte de disfrutarla, fue como si
tuviéramos dos seres iguales en bondad, generosidad y honestidad. Mamá Carmen
tuvo hijos de sus dos esposos, pero ninguno se pareció tanto a ella como mi
padre. Eso fue lo que lo acercó a la gente. Eso le ayudó a crear la empresa que
creó y dejarle a Pitalito el legado que le dejó.
Músico y Lector
Mi tío Luis es el que mejor cuenta la
historia, dice que cuando ellos eran muchachos aprendieron a tocar guitarra de
la mano del abuelo, Papá Abelino, como ellos le decían. Él les enseñó a tocar y
a cantar sin método, sin técnica pero con ganas. Y se volvieron los músicos de
la vereda, los artistas que animaban las fiestas y que lo mismo daban una
serenata de novios que ponían a bailar a todo el mundo en una fiesta de
matrimonio. Su gusto por la música permaneció intacto hasta hace muy poco, al
igual que el de la lectura. Ya sus ojos no le ayudan mucho, pero hasta hace un
par de años esperaba el periódico y comentaba las noticias del día. Y sabía
cómo iba el gobierno, a cómo se cotizaba el café en Nueva York o qué dijo el
presidente o tal o cual ministro. Y papá oyó radio toda la vida. Ya no lo hace,
pero en su época tenía sobre el escritorio un radio de transistores que solo
sintonizaba Radio Sur. Lo que dijeran ahí, así era; Momento Regional fue su
faro toda la vida. Se sabía al derecho y al revés la política laboyana y al
depósito iba la gente a hablar de la alcaldía, del concejo, de todo. Tomaba
café con don Alcides Gasca o don Oliverio Rojas y desbarataban y volvían a
armar el pueblo en esas charlas.
De campesino a comerciante
Fue comenzando los años 60s que mis
padres decidieron venirse del campo y radicarse en Pitalito. Pero papá no
cambió tanto de oficio. Puso una venta de panela. Se paraba al lado de la calle
y allí atendía a la gente. No era fácil. Con los atados de panela en el piso,
protegiéndose del sol y el agua comenzó un negocio que poco a poco fue en alza.
Consiguió un local, un socio y a la panela siguió luego el fríjol y el maíz.
Y un día, a mediados de los sesentas,
cuando en Pitalito apenas se estaba hablando de comerciar con café, él y su
socio, don Zoilo Barrera, se metieron en la empresa de montar una compra,
atender a los campesinos y animarlos a que sembraran. Un tiempo después,
acompañando a la de papá nacieron las primeras comercializadoras de café que
tuvo Pitalito y cuyos pioneros hoy ya no viven: don Salomón Sierra, don Antonio
Figueroa, don Jesús Tovar y don Fructuoso Figueroa. El clima de Pitalito, la
tierra fértil y generosa, el apoyo de esos pioneros para que la gente sembrara,
el trabajo agotador que significaba comprar el grano, prepararlo, secarlo,
empacarlo y llevarlo a través de ese Pericongo infernal a las trilladoras del
centro del país, era una labor titánica en una época difícil.
Las décadas de los 70s y 80s dieron
cuenta de una extraordinaria expansión, producción y comercialización del café
en Pitalito. En el depósito de mi papá, en la carrera segunda, frente a lo que
es hoy la Plaza Cívica, las jornadas de viernes y sábado comenzaban a la
madrugada y terminaban entrada la noche. Mi padre les prestaba plata a los
campesinos para que atendieran la finca y los cafetales; nunca hubo un papel
firmado o unos intereses, solo bastaba la palabra empeñada, el nombre escrito
en un cuadernito viejo y la promesa de que la cosecha se la venderían a él.
Nada más. Años después todo se tecnificaría. El sector progresaría, se crearía
el comité de cafeteros, los bancos abrirían sus líneas de crédito y Pitalito se
convertiría en centro nacional de producción de café con una calidad que es
orgullo para el país.
Hoy es el centenario de su natalicio
Papá dejó la empresa a los 75 años,
hace exactamente 25 años. Y la dejó obligado, por sugerencia y casi orden de su
médico. El depósito de la compra, el patio, los secaderos, todo se vendió y se
invirtió en otras cosas. Mi papá había enfermado y era necesario que cambiara
de vida, que descansara. Mi madre murió hace quince años. Papá enviudó y sus
hijos, nietos y bisnietos nos hemos dedicado a cuidarlo, a consentirlo, a
agradecerle. Hasta hace unos pocos años, aquí en el solar de Casagrande él
mismo desyerbaba, cultivaba plátanos, yucas, caña; cuidaba las flores, los
árboles. Ahora la vida le ha cambiado. Se levanta un poco más tarde, se toma su
café que no le puede faltar, sale al patio, se sienta a ver pasar la vida o
recibe las visitas de la gente que viene a verlo.
Es una bendición verlo tan fuerte,
tan lúcido. Hoy llegó a sus cien años. La gente no le cree, él se ríe. Pero sí,
su cédula así lo corrobora. Ya no ve televisión. Oye poca radio. Le gusta más
bien conversar. Y disfruta las visitas porque al igual que hace cincuenta,
veinte o diez años, papá sigue siendo el mismo ser atento y generoso. Ha sido
testigo de su época. En ocasiones pregunta por alguno de sus amigos a quien no
ha vuelto a ver y se entera de que ya murió. Entonces nos cuenta de él, de cómo
eran de amigos, de sus años de juventud y de las cosas que pasaban en el
Pitalito del Siglo pasado. Ya nos estamos yendo- nos dijo un día. Y sí, sus
amigos viejos ya murieron.
Al final del día, cuando llega a su
habitación hace una oración a la Virgen del Carmen, le da las gracias y le pide
su protección para él y para su familia. Los días van pasando y él sigue viendo
la transformación del mundo, de la vida, de su pueblo. Es un roble, es el
último de los patriarcas laboyanos. Es don Jesús Meneses. Y es mi papá.