Que alguien se robara una estatua que pesa más de 100 kilos era una escena casi imposible de imaginar. Y, mucho menos, que esa pieza iba a viajar desde Huila hacia Europa y terminaría oculta en el sótano de la mansión de un millonario.
Pero sucedió y una valiosa obra precolombina, de San
Agustín, estuvo perdida durante casi 20 años y apareció por una coincidencia.
En un operativo contra un presunto evasor de
impuestos, el 9 de enero de 2006 la Policía de Dinamarca ingresó a una mansión
en la ciudad de Kongens Lyngby.
Las autoridades registraron todo el lugar y en un sótano
encontraron escondidos cientos de bienes arqueológicos precolombinos. Para
determinar el origen de estas piezas, que en total eran 656, la Policía encargó
a la arqueóloga Inge Schjellerup, del Museo Nacional de Copenhague.
Era un procedimiento de rutina y un tema local. Y
aunque las autoridades sabían que podría tratarse de tráfico ilegal, era
difícil comprobarlo.
Pero por una casualidad se conoció el origen de las
piezas y Colombia estaba involucrada en el asunto.
Estatua 155 de San Agustín
El arqueólogo Jos Van Beurden, de Países Bajos, por
esos días estaba en Copenhague y se dio una pasada por el Museo Nacional. Allí
pudo observar el trabajo que estaba realizando Schjellerup.
Van Beurden, quien en 2002 había estado en Bogotá
durante el ‘Taller regional contra el tráfico ilícito de bienes culturales de
la Unesco’, se dio cuenta que en esas piezas incautadas había una muy valiosa
que en Colombia llevaban casi 20 años buscando.
“Yo sé de dónde es eso. Esa es la estatua de la que
nos hablaron en Bogotá”, dijo el arqueólogo. Era la número 155 de San Agustín,
que había sido robada en 1988 en el municipio de Huila.
Tras esto avisó a la arqueóloga, quien tuvo pistas
sobre cuál podría ser el origen de las 656 piezas (muchas eran de Colombia,
Perú, Ecuador y México) pero también habló con sus colegas colombianos.
“Hemos encontrado su estatua”, le escribió al
arqueólogo Víctor González Fernández, del Instituto Colombiano de Antropología
e Historia (Icanh).
El origen de San Agustín
La historia moderna de las estatuas de San Agustín, podría
decirse, comenzó cuando en 1913 el arqueólogo alemán Konrad Theodor Preuss
llegó a Colombia para estudiar las piezas.
Este fue todo un acontecimiento para la época. Las
familias liberales lo recibieron con bastante interés, pero las conservadoras
no lo vieron con buenos ojos. ¿Qué viene a hacer acá? ¿A qué viene a
convencernos?, se preguntaron.
“Allá las usaban como decoración en la plaza del
pueblito. La gente las quería, aunque todavía no se entendía su importancia
científica”, comentó Gonzáles, quien es investigador de la entidad.
El alemán permaneció en el país siete años, pues
durante su estadía en Colombia comenzó la Primera Guerra Mundial. En ese
periodo inició a escribir tres libros que posteriormente publicó en Berlín.
En 1919, cuando se fue, se desató una polémica. En San
Agustín se enteraron que Preuss se llevó algunas piezas y lo acusaron de
ladrón.
Tras esto le hacen una advertencia al Gobierno, que
había autorizado al alemán para hacer el estudio. Pero en la legislación de la
época no estaba prohibido llevarse piezas precolombinas, así que era poco lo
que se podía hacer.
Esto provocó que el Gobierno elaborara las primeras
leyes sobre conservación de patrimonio.
Años después el antropólogo europeo publicó sus
estudios y solo hasta ese momento en Colombia se dieron cuenta de la
importancia para el país, así como para el mundo, que tiene San Agustín.
El Gobierno, por su parte, se vio obligado a tener
leyes más estrictas en cuanto a protección de patrimonio y es ahí cuando nace
el Parque Arqueológico San Agustín. Al tiempo se crea el Servicio Arqueológico
Nacional con la misión principal de hacer el estudio de San Agustín. Ese fue el
nacimiento oficial de la arqueología en el país.
Pero también fue el comienzo de una lucha para
proteger los bienes culturales. La guaquería seguía siendo una práctica común y
las redes de tráfico ilegal de piezas precolombinas cada día se hacían más
fuertes y ponían sus ojos en Colombia.
Las redes de tráfico de armas y drogas, por ejemplo,
se dieron cuenta de lo rentable que era robar bienes culturales, pues en Estados
Unidos y Europa, principalmente, había gente dispuesta a pagar millones.
“Había mucha resistencia de museos, de autoridades, de
los mismos expertos en patrimonio. Muchos aceptaban la existencia de
colecciones, entonces la sola idea de prohibir la venta y compra de piezas les
parecía absurda, a pesar que la constitución decía eso”, explicó González.
Fue solo hasta 2002 cuando, tras organizar el taller,
el Gobierno se vio obligado a firmar leyes que hicieran efectiva la Convención
de la Unesco de 1970 contra el tráfico ilícito de bienes culturales, que
Colombia adoptó en 1986.
El robo de la estatua
El 12 de diciembre de 1988 se robaron la estatua 155
de San Agustín. El hecho ocurrió en el sitio arqueológico Cascajal, ubicado en
la vereda Eucaliptos, del corregimiento La Pradera.
Por esos días algunas estatuas no estaban en el parque
y muchas se encontraban en sus lugares originales conformando los corredores
funerarios y los monumentos construidos por antiguas civilizaciones que
habitaron estas tierras.
La 155, conocida como el Cacique tiene un valor
especial, pues a diferencia de la mayoría, que poseen rasgos de animales, esta
es más parecida a un rostro humano, por lo que sería de un jefe.
Pero a nadie se le pasaba por la cabeza que se las
fueran a robar, tanto por su peso
-las más pequeñas pueden pesar más de 100 kilos- como
por lo incómodo que es cargarlas. Además, son bastante frágiles, por lo que un
mal movimiento podría deteriorarlas.
No obstante, ese día llegó y durante los años 80
fueron robaras 16 estatuas de las 528.
Nunca se supo quiénes estaban detrás de los robos,
pero se presumen que eran una misma banda, pues todos fueron de la misma
manera.
De noche pasaba un carro desconocido por las vías del
municipio. Se estacionaba cerca de una estatua y al otro día esta no estaba.
Tras estos robos aumentó la vigilancia y trasladaron
algunas obras, pero ya era demasiado tarde.
La 155 desapareció una noche y se hizo el conducto
regular, que era avisar a las autoridades, entre ellas la Interpol, para
intentar rastrearla.
Pero era como si se la hubiera tragado la tierra y
estuvo desaparecida durante 10 años. Se presume que en esa década pasó de
coleccionista a coleccionista hasta que en 1998 el Icanh recibe una copia de un
catálogo de una subasta en Dinamarca. En este estaba la estatua.
Por cómo funcionaban las redes de la época, se cree
que la 155 viajó a Estados Unidos y posteriormente a España o Francia, para
luego pasar al coleccionista danés.
Tras conocer el catálogo se entregó la información a
la Cancillería y comienzan a hacerse todos los contactos con las autoridades
danesas y la Interpol.
Sin embargo, lo único que se logró fue que la estatua
no fuera subastada y fue devuelta al coleccionista, su dueño.
Pese a los alegatos de Colombia, el gobierno de
Dinamarca decía que eso era un tema de privados y no se podía hacer nada.
Además, no tenían leyes que prohibieran la compra de estos bienes. Para
rematar, no habían firmado la convención de la Unesco.
Y argumentaban que la estatua que estaba en su
territorio tenía otras medidas y no era la colombiana.
Tras varios robos, ahora todas las estatuas están
ubicadas en el parque, para así garantizar su seguridad.
“La estatua vuelve a desaparecer. La empresa de
subastas se niega a dar información de quién es la persona que tiene la pieza,
desaparece y ahí es donde volvemos al tema de la reunión”, recordó González.
En esa reunión de 2002 llegaron expertos de varios
países y los colombianos entregaron un catálogo con las piezas que habían
desaparecido en Colombia y que estaría en algún lugar del mundo a manos de
coleccionistas privados. Entre los expertos estuvo Jos Van Beurden.
De las 16 robadas de San Agustín, 8 habían sido
recuperadas, pero había un sentimiento extraño hacia la 155, pues estuvieron
muy cerca de lograrlo.
La nueva lucha para recuperarla
En 2003 Dinamarca firmó la convención de la Unesco,
así que cuando la estatua fue encontrada tras el aviso del holandés, volvió la
esperanza de recuperarla.
Se siguió el conducto regular pero los colombianos
encontraron un nuevo obstáculo. Y si bien acusaron al coleccionista de
receptación, los daneses finalmente retiraron los cargos.
Colombia, Perú y Ecuador habían contratado a un
abogado para tratar de recuperar sus piezas, pero en Dinamarca no tenían las
leyes que los respaldaran.
El caso, que en principio fue penal, terminó siendo
civil, pero no avanzaba.
Sin embargo, luego de meses de negociaciones directas
con Jan Erik Pelle, el coleccionista, se logra un acuerdo. Si los países
retiraban la demanda en su contra, el hombre devolvería gran parte de la
colección. Y como el proceso no avanzaba, no había otra opción.
Entre las piezas que el hombre devolvió a Colombia,
que fueron 212, estaba la 155.
“Esto fue hasta agosto del 2011 que se logran recibir
las piezas. Para lograr eso hubo diferentes viajes de expertos que iban allá a
inventariar las piezas, a dar el concepto técnico de que sí eran las piezas”,
recuerda Gonzáles.
Y agrega que finalmente la estatua está en su lugar, a
donde pertenece y de donde nunca debió haber salido. No obstante, ahora está en
el parque y no en su ubicación original, “pero está en San Agustín”.
Fuente: EL TIEMPO