Martha Liria Sepúlveda sabe que se va a morir el próximo domingo y sonríe. Come patacón con guacamole, liviana y despreocupada, como si la muerte no la acechara a la vuelta de la esquina. Apura una cerveza para bajarle al calor del mediodía, se carcajea sin tregua con su hijo Federico y ultima detalles sobre lo que viene con Camila, su abogada. Entre fríjoles y chicharrones conversamos sobre la vida en un restaurante de Medellín. Martha será la primera paciente con un diagnóstico no terminal en acceder a la eutanasia en Colombia.
La
eutanasia, la última cruzada de Yolanda: “Ya no voy a estar atrapada en un
cuerpo que no sirve”
“Soy de
buenas, tengo buena suerte. Y, como le digo, estoy más tranquila desde que me
autorizaron el procedimiento: me río más, duermo más tranquila. “¿Y la
cervecita sabe mejor?”, le pregunto. “Sí, la disfruto, claro. Es que con este
calor cómo no me va a saber bueno una cerveza, cierto”, contesta.
No parece
enferma, pero la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) que padece esta mujer
desde hace casi tres años la redujo tanto que apenas puede caminar. A pesar de
los estragos de la enfermedad, que se volvieron insoportables a finales de 2020
cuando sus piernas dejaron de responderle ya, Martha confiesa divertida que el
primero de enero pasado celebró a rabiar sus 51 años de vida con un petaco de
cerveza en Codazzi, Cesar. Ni las puertas de la muerte le arrebataron a Martha
el sabor de la vida.
“Una caja de
costeñitas que, creo, trae como 36. Dígalo sin pena”, dice Federico, su hijo,
mientras charlamos. “Sí, unas 35, 40, pues”, responde risueña Martha.
Martha
quiere un café para pasar el sopor del almuerzo y nos movemos a un centro
comercial en Bello. Allí cuenta que ha sido afortunada porque todo le salió a
pedir de boca. El 23 de julio pasado la Corte Constitucional amplió el derecho
a la muerte digna para pacientes no terminales como ella y apenas cuatro días después
de esa sentencia histórica, el 27 de julio, ella solicitó el procedimiento a su
EPS Sura.
El 6 de
agosto ya tenía luz verde para la eutanasia y lo que siguió fue definir la
fecha. “Treinta y uno de octubre”, dijo al romper cuando le preguntaron, pero
luego recalculó sus tiempos, sospechó que quizá se había dado demasiados días
y, finalmente, decidió que lo haría el próximo 10 de octubre.
Si es desde
el plano espiritual, yo estoy totalmente tranquila. Soy una persona católica,
me considero muy creyente de Dios, pero, repito, Dios no me quiere ver sufrir a
mí y yo creo que a nadie. Ningún padre quiere ver sufrir a sus hijos
Martha es
católica, apostólica y romana. Y, sin embargo, no ve una contradicción entre la
eutanasia y ese mandato del mundo cristiano que reza que el único dueño de la
vida es Dios.
“¿Cómo lo
tomó tu mamá?”, le pregunto. “Con mi mamá el tema ha sido más difícil,
obviamente, pero yo pienso que en el fondo también lo entiende”. “¿Qué te dijo
tu mamá?”. “Pues que ella no lo haría. Me dijo: ‘yo no lo haría’”. “¿Y te dio
algunas razones?”, le insisto. “Mi mamá tiene 83 años, está muy lúcida, pero yo
pienso que es por el tema religioso que ella piensa de esa forma”. “¿Y tú qué
le contestaste?”. Martha no duda en contestar: “Que yo estaba sufriendo. Y le
dije: ‘mamá, Dios no quiere ver sufrir a sus hijos’, yo estoy sufriendo,
literalmente”.
Para ella la
vida no tiene sentido si el dolor aturde tanto. Eso les ha dicho a algunos
sacerdotes con los que ha conversado. Esta semana uno de ellos la confesó, pero
no pudo aplicarle los santos óleos. Cosas de la iglesia.
“¿Cuándo,
vas a la iglesia y les cuentas a estos sacerdotes lo que piensas hacer, qué te
dicen ellos?”, le pregunto. “Pues que les cuente por qué, cierto, y la
respuesta es la misma: porque estoy sufriendo, porque creo en un Dios que no
quiere verme así. De hecho, para mí esto lo está permitiendo Dios, así lo veo
yo, si me quiere no quiere verme en esta condición”.
"Para
mí la muerte es un descanso”
Tras
despachar nuestros cafés, salimos del centro comercial y nos montamos al carro
para continuar la charla. Martha le pide a Federico que le ponga vallenatos
porque se siente festiva y aprovecha para decir que sus once hermanos, aunque
adoloridos, la acompañan a muerte en su decisión. Quizá nunca antes esa frase
hecha había sido tan literal.
“Ya sabes
que el próximo 10 de octubre te vas a morir. ¿Esa certeza te da tranquilidad?”,
la interrogo. “Sí, mucha, mucha. Obvio que, si no estuviera con este
diagnóstico, pues si me fuera a morir el 10 no estuviera tranquila, pero ya uno
con una Esclerosis Lateral en el estado que la tengo ya lo mejor que me puede
pasar es descansar. Y para mí la muerte es un descanso”, cuenta.
Aunque se
siente fatigada por la grabación y los desplazamientos, Martha nos regala unos
minutos más de charla en un parque al lado de su casa. “¿Por qué escogió un
domingo para irse y por qué a las 7 de la mañana?”, le pregunto. “Como el
domingo siempre vamos a la iglesia –contesta–, a la misa, entonces escogí que
fuera un domingo. Desde el primer momento quise como que fuera un domingo.
Hablo del procedimiento, la cremación, la entrega de las cenizas y la
eucaristía que se haga el mismo día. Que no haya una sala de velación. Me
parece que eso alarga el sufrimiento de las personas”.
En ese
momento Martha se pone reflexiva. Si Dios es amor, como dice la Biblia, habrá
de amar también su decisión de poner punto final a su vida, dice.
“Yo sé que
el dueño de la vida es Dios, sí, o sea, nada se mueve sin la voluntad de él,
pero creo que él está permitiendo esto, él me está premiando a mí de cierta
forma porque no voy a estar postrada en una cama”, relata convencida. “Y la
gente que dice: ‘¿pero por qué no lucha más?’, tú qué les contestas”. “Pues
–agrega–, cobarde seré, pero no quiero sufrir más, estoy cansada. Estoy literalmente
sin fuerzas. Luchar qué. ¿Luchar? Lucho por descansar más bien”, responde y se
echa a reír.
Soltar
también es amar
Su hijo
acompaña la entrevista a prudente distancia mientras le hace caras a su mamá
para hacerla reír. Su misión se ha concentrado en estos últimos días en
quitarle cualquier asomo de congoja a la mujer que le dio la vida.
“Yo lo miro
como un acto de amor de él porque me dijo: ‘mami yo la apoyo’. No fue fácil,
pero yo lo miro como que me ama tanto que no me quiere ver así. Es lo mismo que
digo: Dios me quiere tanto que no me quiere ver aquí otra vez caída y vuelta
nada porque es difícil”.
“Es muy
particular porque mucha gente cuando ama mucho se aferra más”, le digo. “Ah,
eso no es amor”. “Eso te quería preguntar: ¿soltar también es amar?”. “Claro”,
contesta sin dudarlo y añade: “Cómo mi hijo va a preferir tenerme ahí tirada a
que yo descanse, pues. Egoísmo total. Aferrarse a que mi mamá sufra. ¡Vaya
forma de querer!”.
Federico
Redondo Sepúlveda tiene 22 años y estudia de derecho. Es recochero, quiere ser
penalista y tiene un amor absoluto por su mamá. Así explica la travesía de los
últimos dos meses, desde que solicitaron la eutanasia.
Yo lo vi
como el acto de amor más grande que he hecho nunca en mi vida, porque a priori
yo necesito a mi mamá, la quiero conmigo, casi que, en cualquier condición,
pero sé que en sus palabras ya no vive, sobrevive. Ahora estoy enfocado en
hacerla feliz, en hacerla reír, en recochar un poco y en que su estancia en la
Tierra, lo que le queda, sea un poco más amena
Martha
regresa a la casa con dificultad, se acomoda en su cama, se alista para
descansar y nos despide con una sonrisa. Al día siguiente nos recibe con un
café cargado y los álbumes familiares. Habla risueña y ligera, como yéndose ya.
“Es como
raro que ya estés hablando en pasado”, le digo. “Pues, claro, es apenas lógico,
¿no? Estoy hablando en pasado porque ya estoy en la recta final”, responda
burlona y divertida. “¿Pero te vas sin remordimientos?”. “Totalmente”. “¿Cómo
hace uno para llegar a esa tranquilidad espiritual?”, le insisto. Entonces
responde: “Yo pienso que es Dios el que me fortalece en todo momento”.
Conversamos
un rato más en la sala de su casa. Marta bromea con Federico y le dice que
estuvo bueno ya, que durante más de 20 años estuvieron pegados como garrapatas,
pero que pronto ese amor tendrá que reinventarse en su memoria. En esta casa se
habla de la muerte sin tanta solemnidad.
Eutanasia en
Colombia
Camila
Jaramillo Salazar, abogada de la familia Sepúlveda e integrante de Desclab
(Laboratorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales) dice que este caso
es ilustrativo sobre cómo ha venido avanzando la eutanasia en Colombia.
“Por ejemplo
la encuesta de Invamer dice que el 72 por ciento de las personas encuestadas en
Colombia están a favor de la eutanasia; todo esto se junta para mostrarnos que
tal vez Colombia sí puede ser un país líder en cuanto a los avances de muerte
digna”, señala.
Aunque desde
1997 la Corte Constitucional despenalizó la eutanasia, solo hasta 2015 el
gobierno la reglamentó. Según el Ministerio de Salud, desde ese año se han
realizado en Colombia 157 procedimientos: 4 en 2015, 7 en 2016, 16 en 2017, 24
en 2018, 44 en 2019, 36 en 2020 y 26 corrido de este 2021. Indicadores que
demuestran que, a pesar de la controversia, no ha habido, como tanto se alega,
un abuso de la llamada muerte digna.
Buscamos
otro restaurante para almorzar. Allí le hago unas últimas preguntas a Martha.
“¿Cómo crees que va a ser la última noche tuya?”. “No, normal, 7:30 de la noche
dormida. Eso espero. ¡Espero no desvelarme!”, dice y vuelve a reír.
Y remata
diciendo lo siguiente: “Usted tiene unas hijas, me estaba diciendo ahora, y
usted no quiere que sus hijas sufran, cierto. En absoluto. Yo soy hija de Dios,
por qué el va a querer que yo sufra”.
“¿Fuiste
feliz?”, es mi última pregunta. “Sí, mucho”.
Martha se va
ligera de este mundo. Se siente tranquila con la vida que vivió y acepta con
resignación cristiana la enfermedad que le tocó. Pero, eso sí, se va como ella
quiere, el día que ella quiere y al lado de los que quiere. Federico, en primer
lugar, a quien besa y abraza y consiente tanto como puede las últimas horas de
su vida. Secretamente la esperanza de ambos es que, quizá, algún día vuelvan a
encontrarse.
Tomado de
Noticias Caracol