En un colegio de Caquetá está uno de los mejores docentes del mundo




El río Caraño está turbulento. Los primeros días de febrero han sido lluviosos en Florencia (Caquetá), por lo que el agua avanza con fuerza. Pese a esto, el profesor Luis Emiro Ramírez, parado en la orilla del cauce, intenta comenzar su clase. Hoy explicará cómo medir el nivel y la altura de la corriente.


"Vamos a reconocer el funcionamiento de un dispositivo, que a través de energía solar permite recoger datos mediante un sensor ultrasónico y los envía a la central (salón de clase). La tarea es tomar las medidas necesarias todos los días durante una semana cada diez minutos", explica.

"¿Pero nos vamos a mojar con esta lluvia?", exclaman sus estudiantes de la Institución Educativa Avenida El Caraño, una escuela rural ubicada a 15 kilómetros del casco urbano del municipio y rodeada de extensas cascadas de agua y variedad de aves.

"Como todo está enlazado a un sistema informático, ustedes no deben ir al río para cumplir con el trabajo. Se puede hacer desde el computador", responde Ramírez.

Aunque el docente tiene un salón para impartir las clases, le gusta "romper el paradigma" de la educación. “Las aulas están fuera de las cuatro paredes", dice. Por eso, el hombre de 36 años, que nació en el municipio El Doncello, también en Caquetá, da la lección de hoy desde una roca grande, café y lisa por la humedad, en medio de una lluvia pesada y con 26 grados de calor.

Así, sin grandes estructuras, en una población estrechamente relacionada con el conflicto, en un colegio que está en construcción (se crearán tres salones nuevos) y que lucha porque las distancias no alejen a los chicos de la educación, el profesor implementó un modelo educativo llamado 'Agromática, innovando en el campo', que busca resolver problemas del agro usando tecnología.



Lleva tres años en esta institución que tiene 432 estudiantes y gracias a su esquema de enseñanza está nominado al Global Teacher Prize, galardón que es considerado el nobel de los profesores y que es entregado por la Fundación Varkey en Dubái. Solo la postulación le permite estar entre los 50 mejores docentes del mundo.

El profe es un gomoso de la tecnología. Su salón, 'computer room', se diferencia de los otros 12 porque es el único del colegio que tiene internet por la habilidad que Ramírez se da para lidiar con los cables. Cuenta también un televisor plasma, computadores portátiles y tabletas, que en su mayoría provienen de Computadores para Educar, una iniciativa del Ministerio de las TIC. Alrededor, en las repisas, reposan dispositivos electrónicos de toda clase: sensores eléctricos, paneles solares, baterías, circuitos, pequeños bombillos y otros materiales que pide por internet y que llegan en dos o tres días a Florencia.

El profe es un gomoso de la tecnología. Su salón, computer room, se diferencia de los otros 12 porque es el único del colegio que tiene internet.
"El mecanismo más avanzado que tenemos es el agrometro 3.0. Con este dispositivo medimos la temperatura, clorofila y acidez de las plantas. Esto nos ha ayudado a cosechar varios productos libres de químicos y más sanos en nuestra huerta", cuenta Rubén Dario Moreno, estudiante de grado 11.

Innovar en la ciudad no es lo mismo que en el campo. Es difícil encontrar recursos, materiales y conectividad. De hecho, es complicado que los niños vayan a clase, debido a que algunos deben recorrer largas distancias para llegar al centro educativo. Muchos de ellos llegan a caballo o caminan por dos horas para llegar a la escuela.

"Comencé mi proceso de formación como docente en el 2010, aunque soy profesional en ingeniería electrónica de la Universidad de Cundinamarca, en Fusagasugá. En esa época fui un gran lector de artículos de enseñanza y practiqué muchas propuestas que me encontraba. La que más recuerdo, no por el éxito sino por el fracaso, fue un espacio al que llame 'tecnorumba clase'. Tapé todas las ventanas de un aula, instalé luces de colores y, con un alumno mío que era DJ, hicimos una rumba durante la hora de clase. El artículo especializado decía que los estudiantes, al estar en la emoción de la rumba, liberan la mente para adquirir nuevos saberes. Durante la clase, el DJ enviaba anuncios que yo preparé, como por ejemplo datos curiosos sobre tecnología. Al final pregunté qué habían aprendido y los alumnos respondieron que nada", relata.
En esa época fui un gran lector de artículos de enseñanza y practiqué muchas propuestas. La que más recuerdo, no por el éxito sino por el fracaso, fue un espacio al que llame 'tecnorumbo clase'
Ramírez admite que después de esa experiencia aprendió que debe ser cuidadoso con las metodologías educativas, "porque el hecho de que a alguien le haya resultado exitosa en algún lugar del mundo, no implica que a mí me funcione igual".

Desde su casa, ubicada a escasos metros del colegio Avenida El Caraño y rodeada de una majestuosa e imponente naturaleza, el profesor Luis Emiro cuenta cómo fue su proceso que dio 'vida' a la agromática.

¿Específicamente de que trata la agromática?

Cuando llegué a la escuela, analicé mi grupo de estudiantes. Obviamente no podía  enseñarles lo que yo sé, porque la robótica no es fácil de aplicar en el campo. Fue necesario buscar otra forma de transmitir mi conocimiento aplicándolo en lo que los muchachos son fuertes: la parte agrícola y pecuaria, pues son jóvenes campesinos. En ese camino nació la agromática, que es buscar en qué puntos específicos de las actividades que ellos hacen puede ingresar la tecnología.

¿Cuál es su metodología de trabajo?

Se basa en tres pilares: el primero es utilizar el fuerte del colegio, los biolaboratorios sistémicos, donde los muchachos aprenden a través de un proyecto pedagógico productivo (como la cría de peces, pollos, cerdos; la agricultura urbana y la huerta) en el que convergen las áreas de estudio. A esto le hemos adicionado el monitoreo de ríos y de cultivos.

El segundo punto es utilizar el proceso más antiguo que tiene la humanidad: el método científico. Les pido a los estudiantes que se hagan las preguntas más tontas que se puedan imaginar, como por qué el pasto es verde o el cielo es azul. Les solicito respuestas científico-técnicas y en este punto comienza la belleza de la agromática: el joven busca explicaciones en su entorno y lanza una primera hipótesis. Luego, la corrobora con información que investiga en internet y otros medios, para plantear una segunda hipótesis.

El último paso es que el estudiante debe falsear (poner en duda su hipótesis)  y construir un laboratorio que le permita verificar su hipótesis y encontrar la respuesta. Si él logra demostrar que es verdad, hemos desarrollado conocimiento científico con base en su pregunta tonta.

¿Qué ha logrado con este modelo educativo?

Por ejemplo, aplicamos tecnología criando pollos. Los estudiantes tenían que venir todas las noches a prenderles la luz para que no se murieran. Para optimizar ese proceso lo que hicimos fue instalar unas fotoceldas, que al detectar una mínima luminosidad, automáticamente prenden unos bombillos.

Es difícil medir los logros, pero hemos podido atacar la deprivación sociocultural. Es decir, buscamos que el joven campesino que llegue a la ciudad, busque trabajos de pensar y no de fuerza.
Cuando llegué a la escuela, analicé mi grupo de estudiantes. Obviamente no podía llegar a enseñar lo que yo sé, porque la robótica no es fácil de aplicar en el campo
¿Cómo funciona el proyecto del río?

Lo que buscamos es medir la corriente del río El Caraño para generar alertas tempranas al municipio de Florencia. En una piedra que usamos como referente, medimos el nivel diario del agua y con un pluviómetro estudiamos la cantidad de lluvia. Un cable, que está conectado a un bombillo nos indica qué tanto ha crecido el caudal.

También medimos la fuerza de la corriente con una cuerda en un área determinada y, mediante una ecuación matemática, procesamos los datos recopilados. Con este proceso les estoy enseñando que el mundo está matematizado, lleno de códigos. Saber la fuerza del caudal les permite sacar conclusiones muy sencillas. Un día, un estudiante me dijo: “Profe, el caudal me dio 80 metros por segundo, lo que significa que si yo peso menos de 80 kilogramos, el agua me arrastra”. En ese sentido, los estudiantes ya saben en dónde el río es más peligroso.

Algunos estudiantes tienen que atravesar un endeble puente para llegar al colegio Avenida el Caraño.
Foto: 
Mauricio Moreno/EL TIEMPO
¿Por qué decidió inscribirse al Global Teacher Prize?

Fue una corazonada. En estos últimos años mostré mi método en varias partes. Primero en Florencia, durante un evento de educación, pero la gente no lo entendió. Me frustré. Pero seguí intentando. Envié mi ponencia a Virtual Educa, un encuentro sobre innovación en educación en Bogotá, y me aceptaron. Me tocó buscar el dinero para los pasajes y, gracias a un video que explicaba el método, Computadores para Educar me contactó y me dio el hospedaje en el Hotel Tequendama.

Más adelante recibí una llamada del Ministerio de Educación para participar de las convocatorias Buenas Prácticas Maestras; allí fui reconocido por el Gobierno en la Noche de la Excelencia, como mejor práctica de la Amazonia. Después viajé a Corea del Sur y me sirvió mucho para madurar mi propuesta. Y finalmente estuve en Brasil, en donde también mostré mi modelo educativo. Como le perdí el miedo a las convocatorias, me arriesgué a participar del Global Teacher Prize.
No siempre quiso ser profesor
Ramírez es hoy una de las personas más reconocidas de su municipio, aunque admite que no siempre quiso ser profesor. De hecho, desde chiquito soñaba con ser "un científico loco".

"Mi mamá es pensionada docente. Yo la acompañaba de chiquito a la escuela e, incluso, le hice reemplazos cuando ella tuvo que cuidar a mi abuela. Estuve casi tres meses enseñándoles a leer a niños, pero esa primera vez fue un desastre".

Después de estudiar en Fusagasugá, retorno al Caquetá. "Por cuestiones sociales solo había dos trabajos fijos, ser militar o docente, y como empuñar un arma no es lo mío, me fui encarrilando por la docencia".

Su jefe y compañeros de trabajo ven en él a una persona precursora de cambios. "Luis Emiro es muy activo y dinámico. Le gusta estar constantemente innovando en sus clases, lo que llama la atención de muchos de sus alumnos", expone Érica María Luna, docente de gestión empresarial y artística en el colegio Avenida El Caraño.

Jaime Parra, rector de la institución, afirma que Ramírez llegó a cambiar paradigmas. "Uno como maestro siempre tiende a ser tradicionalista en el aula y Luis Emiro vino a innovar. Entendimos que para el aprendizaje no solamente se requiere de los salones, sino de cualquier espacio".

Incluso, el rector afirma que con las herramientas del profesor han "logrado enganchar a los estudiantes para que la deserción disminuya". Las cifras lo demuestran: mientras en el 2017 el 16 por ciento de los estudiantes dejaba el colegio, en el 2018 ese porcentaje fue de 10,5. La diferencia significa mucho para un colegio rural, igual para el país.
Uno como maestro siempre tiende a ser tradicionalista en el aula y Luis Emiro vino a innovar
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La razón de este logro parece sencilla: no es la tecnología; es innovación. Y no es para menos, pues pareciera que el gusto de Ramírez ya está en el ADN de sus alumnos. Muchos de sus estudiantes arman y desarman circuitos con facilidad, siempre quieren tener una tableta o computador en la mano y algunos ya están aplicando para iniciar una carrera universitaria.

El docente está a la expectativa. El Global Techar Prize se entregará en Dubái a finales de marzo de 2019, pero antes de emprender su viaje, la Fundación Varkey anuncia los ocho finalistas.

De ser el ganador, no solo se convertirá en el mejor profesor del mundo, sino que será merecedor de un millón de dólares.

"Me voy a sentir difuso y confuso en saber qué hacer si me ganó el premio. Me tendré que llenar de sabiduría. Obviamente tiene que haber un presupuesto para la calidad de vida y reconocerle algo a la familia. Me he sentido muy mal en el último año, porque viajé mucho y mi hija y mi pareja no salieron de Florencia. La idea sería mostrarles el mundo desde otro ángulo. Y por otro lado, debo demostrarles al colegio y al corregimiento que es bueno hacer el esfuerzo para cambiar todo”, reflexiona Ramírez.

Por lo pronto, el docente está desarrollando un manual sobre agromática para que más colegas conozcan su método y lo puedan aplicar en sus aulas de clase. Espera que para final de año lo pueda terminar.

CAMILO PEÑA CASTAÑEDA
REDACTOR DE EDUCACIÓN


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