“Si no fuera por esta gentuza, esta
mierda no estaría tan llena”, me gritó al oído un joven al que nunca había
visto en mi vida, mientras yo almorzaba en la cafetería de la universidad.
Si no fuera por esta gentuza, esta
mierda no estaría tan llena”, me gritó al oído un joven al que nunca había
visto en mi vida, mientras yo almorzaba en la cafetería de la universidad. Hace
unos días habían comenzado las clases y les puedo asegurar que no era la
primera frase de rechazo, de odio, que había recibido de mis compañeros y de
gente, que como él, ni siquiera me conocían.
En mi colegio, el Antonio José Camacho, siempre me
destaqué por ser uno de los mejores estudiantes. Conseguir el cupo allá, uno de
los mejores colegios públicos de la ciudad, es algo de lo que siempre ha estado
orgullosa mi mamá. Ella, una madre soltera, nos ha sacado adelante a mí y a mis
dos hermanitos que todavía están en el colegio, trabajando como empleada de
servicio de una familia que vive en Cristales. Como ustedes se imaginarán,
nunca hubo para lujos en mi casa, pero ella siempre me ha inculcado la
importancia de estudiar para ‘salir adelante’, con ese trabajo de ella, tan
duro, logró comprar nuestra casa en Terrón Colorado y, eso sí, nunca ha dejado
que ni yo ni mis hermanos pasemos un día de hambre.
La alegría que le dio cuando le conté
que me había ganado uno de los cupos del programa Ser Pilo Paga para la
universidad fue enorme, se puso a saltar y a llorar de la emoción. Yo sabía que
con mi Icfes podía entrar a la
carrera que quisiera en Univalle,
pero con el subsidio y los beneficios que ofrecía la universidad, siempre pensé
que la mejor opción era la Javeriana, y efectivamente, elegí esa universidad.
Decisión que me ha costado muchas lágrimas, y de la que me he arrepentido todos
los días desde hace un año.
Escogí Ingeniería Industrial, porque siempre me gustaron los números y por la
salida laboral que tiene la carrera. Mi mamá estaba tan contenta que pidió un
préstamo en el Banco de la Mujer, pero cuando los señores de la casa donde ella
trabaja, que son muy buenas personas, se enteraron de la beca, me regalaron un millón
de pesos para que comprara ropa, maletín y los cuadernos. Les juro que ese día
que me dieron esa plata, y luego cuando me fui al centro a comprar las cosas,
ha sido uno de los mejores de mi vida. Tenía una ilusión enorme de entrar a una
universidad tan buena, con tanto prestigio, veía que mi futuro iba a ser mucho
mejor, que iba a lograr ser un ingeniero y, sobre todo, ayudar a mi mamá.
Por desgracia, todo comenzó a
desmoronarse desde el primer día que entré a la universidad.
Las burlas y el desprecio
Todavía recuerdo el día de la
inducción, una psicóloga nos puso en ‘mesa redonda’ a todos los primíparas de
la carrera y nos pidió que nos presentáramos.
– Soy Juan Felipe y vengo del Pio XII
– comenzó uno de los muchachos.
– María Camila del Stella Maris.
– Sebastián de La Cordaire.
Fue mi turno.
– Nelson, del Antonio José Camacho.
No había terminado de decir el nombre
de mi colegio cuando se escuchó un grito burlón.
– ¡Becado! – todos se ríeron
Y cuando la psicóloga los comenzaba a
reprender, otro remató con:
– ¡Guiso! – y las risas se volvieron
carcajadas.
Desde ese momento dejé de llamarme
Nelson, en adelante algunos, los más patanes, cuando me ven me dicen ‘El Beca’,
pero la mayoría simplemente me ignora, como si no existiera. Por desgracia en
mi semestre solamente eramos dos becados, la otra, una niña de Buenaventura,
que era la única con la que yo mantenía y con quien hice todos los trabajos el
primer semestre, no aguantó más y un día me dijo:
– Yo a estos gomelos no me los
aguanto más, ya me inscribí a la Valle.
A estas alturas ya está estudiando
allá, supongo que mucho más feliz que yo.
Ustedes no se imaginan el dolor que
sentí el día que estrené los tenis que me había comprado con la plata de los
patrones de mi mamá, apenas me vieron mis ‘compañeros’ comenzaron a reírse, a
decir que eran los ‘7 cámaras’ a preguntarme qué dónde me había robado eso tan
feo… mejor dicho a tratarme de delincuente y, como siempre, a llamarme ‘guiso’.
No tengo amigos en la universidad, es
todo lo opuesto a lo que imaginé, a ese lugar de alegría, de amigos, de paseos.
Con sinceridad les digo que solo me dan ganas de llorar cuando los viernes los
oigo planeando a qué casa se van a ir a tomar, a dónde van a salir a rumbear, a
qué finca se van a ir de paseo, y a mí ni siquiera me determinan, como si
tuviera una enfermedad contagiosa.
La depresión
Cuando le dije a mi mamá que no
quería volver a la universidad se puso a llorar desconsolada, a aconsejarme, a
decirme que no podía tirar la toalla por una gente estúpida, que no podía
perder los beneficios de la beca. Y si soy honesto, sigo estudiando allá,
viviendo ese desprecio diario de esa gente, solamente por no ver sufrir a mi
mamá.
Por fortuna, y como ya les dije, los
patrones de mi mamá son gente muy humana, a diferencia de mis compañeros, a
pesar de tener mucho dinero. Una vez vieron llorando a mi mamá por mi situación
y porque le había dicho que no iba a volver a la universidad, y que me iba
poner a trabajar, y me mandaron a llamar, hablaron conmigo, me aconsejaron y me
pagaron unas consultas con un psicólogo.
El psicólogo me diagnosticó que yo
tenía un cuadro de depresión leve, y claro cómo no, casi todos los días llegaba
de la universidad a llorar en mi pieza. Pero él me ha venido ayudando con consejos
para manejar mi ansiedad, aislarme de las situaciones de bullying. Bueno, no es
una solución definitiva pero me ha ayudado muchísimo y ahora no lloro tanto,
incluso desde hace unos días comencé a ‘parcharme’ con unos becados de otra
carrera, que vienen de Santa Librada, y pues ya juntos y con amigos la cosa es
más llevadera.
Claro, de todas maneras cuando pasa
alguien por tu lado y te dice “Marginal, ¿por qué no volvés a tu favela?”, se
me hace un nudo en la garganta, siento como un puño en el estómago. Solo le
pido a Dios paciencia, aguante y que impida que un día haga una locura y
termine peleando con alguien.