Hace unos meses llegó al laboratorio del Grupo de Genética de Poblaciones e Identificación del Instituto de Genética de la Universidad Nacional una más de las decenas de solicitudes de paternidad que aterrizan allí cada mes. No debe resultar una sorpresa saber que vivimos en un país donde cada año al menos 11.000 de estas pruebas se aplican porque en su gran mayoría son situaciones en las que los padres se niegan a reconocer a sus hijos. En esta ocasión se trataba de una mujer, sus mellizos que acababan de nacer y el presunto padre.
La tarea
cayó en manos de del perito encargado. Así que se realizó lo que siempre se
hace en estos casos: tomar muestras de sangre de los hijos y del padre para
extraer alguna de las células el material genético.
Lo que debía
terminar con otro certificado escrito en su computador, afirmando o excluyendo
la paternidad, se complicó de repente. Los resultados apuntaban a que el hombre
era el padre de uno de los mellizos, pero no del otro. En estos casos, el
procedimiento del laboratorio establece que el caso se debe repetir desde el
principio. Así que se repitió la prueba, pero el resultado fue idéntico.
¿Estaban ante un caso de superfecundación heteropaterna o los mellizos habían
sido intercambiados en el hospital al nacer?
Descartada
la segunda opción, porque ambos genomas correspondían a la madre, quedaba la
primera. Los libros de genética (y el sentido común) son claros sobre la
posibilidad de mellizos (o gemelos dicigóticos) de diferentes padres: “es un
fenómeno extremadamente raro que ocurre cuando un segundo óvulo liberado
durante el mismo ciclo menstrual es fertilizado adicionalmente por los
espermatozoides de un hombre diferente en una relación sexual separada que
tiene lugar en un período corto de tiempo desde el primero”.
El caso más
antiguo registrado en la literatura médica fue presentado inicialmente por un
tal Archer en 1810. Por aquel entonces Gregor Mendel, quien terminó cultivando
guisantes y abriendo el camino de las leyes de la herencia, no había nacido.
Archer se cruzó el caso de una gemela blanca y la gemela mestiza lo que lo
llevó a deducir la posibilidad de gemelas de padres diferentes simplemente a
partir de rasgos físicos.
En Colombia,
María Luisa Judith Bravo Aguiar presentó un caso de superfecundación
heteropaterna como ejemplo en el libro “La verdad genética de la paternidad”
pero no dio más información.
En 1992,
cuatro integrantes de un laboratorio de Baltimore (EE.UU) reportaron haber encontrado
tres de estos casos entre 39.000 pruebas realizadas por ellos. Estimaron que la
frecuencia de mellizos de diferentes padres era 1 por cada 13.000 casos de
paternidad en disputa. Se supone que es una probabilidad cercana a encontrarse
uno de los famosos tréboles de cuatro hojas.
“Esta cifra
es probablemente una estimación baja para la población general”, escribieron,
“el parto de múltiples crías engendrados por diferentes machos es una rareza en
el hombre. Se han informado dos docenas de casos en todo el mundo, pero la
cantidad de mellizos heteropaternos puede aumentar en el futuro por varias
razones”.
De acuerdo
con sus pronósticos, las frecuencias de múltiples parejas concurrentes y el
número de eventos coitales (que se cree que inducen ovulaciones secundarias)
han aumentado. En segundo lugar, consideraban que el uso de medicamentos para
la fertilidad ha aumentado la frecuencia con la que se liberan múltiples
óvulos. En tercer lugar, la donación de gametos puede aumentar el número de
gestaciones heteropaternas múltiples.
Tras
verificar los análisis, para los genetistas de la U. Nacional no había duda de
que estaban ante un caso exótico. Fernanda Mogollón, Andrea Casas-Vargas, Fredy
Rodríguez, William Usaquén escribieron conjuntamente un artículo en la revista
Biomédica reportando el hallazgo.
¿De qué
habla esta historia exótica e improbable? “Pienso que detrás del trabajo que
hacemos a nivel científico lo que vemos cada día es un problema social”,
responde la genetista e investigadora de la U. Nacional Andrea Casas, “esto es
una historia de muchos siglos, pero solo cuando llegan las pruebas de
paternidad aparece la oportunidad de reivindicar los derechos del menor a saber
quién es su verdadero progenitor y en suma a tener una personalidad jurídica”.
Fuente: EL
ESPECTADOR