Por estos días se viralizó una historia que retrató la vida y obra de quien, para muchos, fue la ‘última virgen’ de carne y hueso.
Stana
Cerovic, nacida en 1936, murió a los 85 años sin haber consumado ninguna
relación. Tampoco se casó ni mucho menos tuvo hijos.
Ella decidió
adoptar ese estilo de vida por, según dijo en múltiples ocasiones, no manchar
el apellido de su familia.
Una historia
del viejo reino de los eslavos
Yugoslavia
se convirtió en siete naciones distintas. En una de esas, pero en la primera
parte del siglo XX, nació Stana.
Ella era
oriunda del territorio que en la actualidad se conoce como el país de
Montenegro. En ese entonces, según contó en varias entrevistas y reseñaron
varios diarios que en su momento se interesaron por su vida, la tradición
indicaba que, en las familias, ante la ausencia de un descendiente varón, una
de las hermanas, generalmente la menor, debía ‘suplir’ el papel del hombre no
nacido.
Desde la
niñez, Stana fue obligada a cortarse el cabello, vestir y tener maneras y
actitudes consideradas como masculinas.
Todo ocurrió
a raíz de una tragedia: cuando ella apenas era una bebé sus hermanos varones
murieron. Según medios locales de Montenegro, Stana le prometió a su padre que
no se casaría nunca con el fin de “salvar” su apellido y no ‘mancillar su
sangre’.
Y duró en
castidad toda su vida.
La última
‘Burrneshasor’
Varios
historiadores e investigadores que siguieron de cerca la historia de Stana
afirmaron que su caso no es único y, de hecho, es más tradicional de lo que
parece –al menos en el siglo XX–.
Las
‘Burrneshasor’ son conocidas como ‘vírgenes prometidas’ y su historia es la
misma: mujeres que crecen en un hogar sin hermanos varones y son obligadas a
vivir la vida del hombre sin la posibilidad de compromiso marital.
La misma
comunidad en la cual crecía la ‘Burrneshasor’ empezaba a aceptarla (o
aceptarlo) con su nueva identidad masculina.
Esto, en las
comunidades regidas por principios patriarcales de ese entonces, le trajo
ciertas ventajas a Stana: podía ir a los cafés, aprendió a disparar, pudo votar
y tuvo otros privilegios que por aquella época eran exclusivos de los hombres.
Cuando todos
sus familiares fallecieron, Stana se convirtió en la persona a cargo del hogar
y vivió el resto de su vida como granjera –o granjero, a los ojos de la
tradición–.
Stana murió
a la edad de 85 años.
Fuente: EL
TIEMPO