Los
migrantes, que en su mayoría provienen de naciones africanas y caribeñas,
atraviesan la jungla que separa a Colombia de Panamá en busca del sueño
americano.
Migrantes
provenientes de diferentes países de África, Asia y el Caribe han comenzado su
travesía por el Tapón del Darién, frontera natural entre Colombia y Panamá,
luego de permanecer varados en Necoclí, Antioquia, durante más de 20 días por
el cierre de la frontera.
El
Estado panameño ha instalado campamentos para brindarles asistencia
humanitaria. En este momento hay unos 500 migrantes allí, pero las autoridades
esperan una nueva oleada de al menos 800.
Además
del deteriorado estado físico, materialmente no tienen mucho. Arriban con lo
poco que les dejaron los coyotes -que cobran entre 2.000 y 3.000 dólares por
mostrarles la ruta- y los delincuentes que se encuentran en el camino.
“La
selva no es buena. Los ladrones nos apuntaron con armas tres veces, se llevaron
todo nuestro dinero y les dispararon a algunos”, cuenta el angolés Paulo Da
Silva.
En
el camino vieron fallecer a tres de sus compañeros, que cayeron por un
despeñadero, cuenta Ahmed. Él huyó de su país por los conflictos internos, la
corrupción y la pobreza. Primero intentó suerte en varios países de África y
Oriente Medio.
“Estoy
feliz de que me estoy acercando, pero la felicidad estará completa cuando
llegue a Estados Unidos, hasta ahora creo que llevó el 70% de esta larga
travesía”, dijo.
Ahora
deben esperar que los países de Centroamérica abran sus fronteras para
continuar su travesía hacia al norte. Los alienta la esperanza de la llegada
del gobierno de Joe Biden, pues saben que no hallarán las puertas abiertas,
pero aspiran a encontrar, al menos, un poco más de compasión.